- Inocentes palomillas
Internet esconde una trampa mortal: todo aparenta sencillo y comúnmente realizable. Todo aquello que se precie de tener valor puede ser sencillamente encontrado y comprado y los animales no son una excepción. Antaño solía nuestra especie transhumar por ferias ganaderas, fiestas de pueblo y mercados rurales con los animales de los cuales se quería y / o debía despojar. Las constataciones de calidad en aquellos días eran bastante sencillas. Un primer encuentro cara a cara dice casi un 80% del comportamiento del animal si una sabe leer las pistas, las señales emitidas tanto por el animal como por su dueño.
Habíamos vuelto de Euskal Herria determinados a ser pastores de ovejas. Buscábamos tierras con ahínco y frustración y nos consolábamos cuidando la parcela donde cuidábamos de nuestras primeras ovejas latxa. El bien iría llegando y nosotros hacíamos del tiempo un valor de no-espera: nos sumimos en meses de formación, en diseñar posibles sistemas, en definir las rutas a seguir. En aquel bucolismo de perspectivas el flaco creyó que sería posible y necesario trabajar tierras, bosque y paciencia con tracción animal. Es éste un claro ejemplo del envenenado anzuelo de Google y sus tutoriales netamente positivos: una persona cuyo recuerdo más agradable de un équido es la volada astral que le causó a los nueve años se convence de que nada sería más sencillo que domar un caballo para trabajar.
Entre hueste y hueste se coló un burro en adopción a 30km de distancia. La entrega la gestionaba un nieto que promovía un burro joven y manso, preparado para sobrevivir las inclemencias de los primeros días con novatos, tierno con los niños, de estatura baja. Un copado, vaya.
A la mañana siguiente depositamos a nuestro vástago en la escuela. Tres años, pañales descartados y en pleno teatral y dificultoso trabajo de destete. En cada feria gasta una vuelta en pony y sonreímos cómplices con su papá imaginando su estallido emocional ante un burro en propiedad. El romance de las expectativas maternales es inabarcable.
Fiat Dobló en ruta. Sandwichito con zanahoria y pasta de maní o con tomate, lechuga y huevo duro. El termo con el agua caliente, el mate tembloroso y cuatro manzanas. El dial trabado en la radio que da noticias en bucle. Los limpiaparabrisas jodidos, sin agua; el vidrio opaco. Los pequeños desplazamientos a comprar materiales o visitar granjas son nuestras salidas de a dos. Un coqueteo cargado de proyecciones y filosofar sobre las dificultades de la sencillez vital.
Nuestro destino es una casa que no termina de encajar con la urbanización lindante. Es ladrillos, cemento, pintura ocre y macetas con geranios y alegrías del hogar, piedritas polo blanco de jardinería marcando el sendero de circulación. Con tres perros aburridos atados a correas largas y estáticas. Con mucho polvo y tierra reseca. Pegado a la casa un establo de esos que los abuelos suelen ir construyendo: un palet acá, dos vallas de óxido, un par de antiguas camas haciendo de puertas de corral pequeño. Rollos de alambre reciclado. Un gancho lleno de sogas y enjambres de sisal. Estructura contra estructura y caminos que se van abriendo de acuerdo con la necesidad. Urbanismo de resistencia agraria.
La abuela se seca el jugo de las papas que estaba pelando y nos pasea por un túnel de maderas; clavadas algunas, apiladas muchas. Telas de araña masivas y empolvadas, todo eso hermoso de la falta de corrientes de aire. Pajareras amplias repletas de gallinas. El olor a tierra meada, a gatos vagos y a ratones resilientes. A la salida de este chiken cross circuit la luz y el aire virgen de ácido acético y amoníaco nos marean. En una especie de rodeo catalán de cuarenta metros cuadrados de tierra compacta y desgastada, tres burros. Uno alto, de pelaje corto y tupido de forma irregular, andar lento y mirar calmo en una esquina. Uno pequeño y ligero, gestos delicados, orejas en punta, ágil y agraciado. Una bestia cariñosa que se acerca a saludar a la abuela que lo pretende entregar. El tercero es de tamaño medio, algo robusto, pezuñas gastadas y pelo oscuro. Corre en busca del infinito al vernos. Estira el cuello en alerta al oír a la abuela pronunciar su nombre. Da un par de vueltas y empieza a seguir al burro número dos. A partir de este punto sabremos que el tranquilo y joven burro número dos es una burra y que el tercero, empalado y desbocado, es el semental incontrolable de quien la dulce abuelilla se pretende deshacer. Y aquí un nuevo inciso: la señora quiere mucho a la dulce burra púber, un poco al burro abuelo y nada al burro poronguero. El señor los quiere a los y a las gallinas ponedoras y a las gallinas de engorde y a los perros atados y a los gatos vagos y a los ratones festivos. Pero el abuelo está postrado en plena recuperación y viéndose finalmente ama y señora de la carga laboral, la abuela decidió ir cerrando franquicias y deshacerse de todo aquello que sólo le representa another brick in the wall. “Nuestro” burro agiliza los derrapes, se agita, salta, asoma la dentadura y nos descubre que más que tres tiene siete años, que no es dócil y que no tiene en este páramo desherbado más finalidad de vida que ponerla.
Fiat Dobló encarada de culo hacia una puerta del corral. El nieto marchante y el flaco maniobran las ancas del burro para instalarlo en la caja del auto. Chaus, gracias, buenos días y buenas vidas.
- Lalaland
Mimamos a las corderas con rapidez inusitada y armamos el escenario para la salida estelar de nuestro burro. Le aclimatamos el antiguo corral de las ovejas, un rectángulo de dos por cuatro, con una casita de madera de una altura muy por debajo de la suya y un cercado ligero de un metro de altura. Habíamos comprados una puerta con cerrojo. Cargamos un balde negro con agua que traemos desde el pueblo, avena en flor en otro.
Con mi Renault 4L amarillo pastel recupero a nuestro hijo de la escuela. Pregunto mucho y él responde poco. Afirma no recordar nada, no saber nada y no haber vivido nada que necesite ser recordado. Dejamos los asientos de falsa piel marrón llenos de migas del pan que vamos picando. La Renoleta se sacude y circula fresca. Un auto que va despacio y suena fuerte a lata que se mueve, a un motor poco insonorizado. Le digo que la vida te da sorpresas y que la tarde huele hermosa a hojas verdes, a asfalto caliente, a eso que exhalan los poros cuando el polvo se les pega.
Nuestra llegada coincide con el regreso de las gallinas a su refugio. Tres Sussex bien gordas y productivas, una perica pelirroja de moño con tres dobleces y otra gris con las patas levemente plumadas, una gallina y un majestuoso gallo Pota Blava. Su presencia llama al maíz. Picotean, se pican, se empujan y corren por ocupar el mejor lugar del palo.
El burro se hace evidencia y nosotros no le damos a nuestro hijo tiempo de reacción. ¡Mirá lo que trajimos! ¡Un burro! ¿Viste qué lindo? ¿Te gusta? Lo buscamos mientras estabas en el cole. Es nuestro, para que lo cuidemos. ¡Qué sorpresa eeeh! ¿Te gusta? ¿Querés tocarlo? ¿Querés subir encima? ¡Tenemos que pensar un nombre!
Él tiene sueño, la escuela le llena los cajoncitos de aprendizajes uniformes y de progresión pautada que le desgastan la juventud de estreno. No tiene ánimo para autitos ni pistas de barro. Pero acá nosotros padres y toda la excitación de un día de idilio empujamos para saltar de la proyección en la caverna a una realidad palpable. Abro la ridícula puertecita con cerrojo para dejar que el burro se asome a su propio ritmo. Nos mira y así encarados tomamos consciencia de que no lleva ramal, de que no tenemos cuerda con la que emular las vueltas en pony. Aún así, su papá lo eleva en vuelo agarrándolo por las axilas. El nene levanta las piernas desplegadas como un paréntesis de examen capcioso de gramática y colgado de su padre disfruta con cierta tensión de los diez segundos que dura el desplazamiento analítico del burro. Yo me hincho y siento que la plenitud tiene mucho que ver con estas micro dosis de despreocupación propias de las primeras veces.
- A caballo regalado
Acelera en un crescendo imperceptible el paso de cara hacia el culo del terreno que se estira en forma de boomerang. Hacia la izquierda el espacio lo cubre la ladera de la montaña, hacia la derecha la continuación de la pirámide. El margen derecho está cercado con postes de madera enterrados con piedras y esmero. Malla de metro veinte. El terreno está partido en dos por un portón simple de malla y un tronco largo y longitudinal clavado abajo para anclar con su peso la puerta al suelo. Sistema euskaldun de sencillez y efectividad para la gestión de rebaños de ovejas. Y he aquí que nuestro analista en sistemas se enfrenta a la frontera y la hace caer con un simple gesto de su hocico. Gira por última vez la cabeza para mirarnos y acelera su trote. Hacia los lados no tiene necesidad de buscar escapatoria. Recto y decidido llega a la puerta final que, infaliblemente, está abierta. Ya dejamos de correr y de gritarnos, de ir y venir sin sentido en busca de algo que lo frene, de dar vueltas sobre nosotros mismos quizás buscando que la centrifugación nos escupa las soluciones. Nos pesan los hombros caídos y las piernas se nos clavan extáticas a la tierra. El burro podría haber tomado el camino de bajada, el de la semi salvación. Mas quiso la vida acelerar el curso de nuestro aprendizaje y el muy infeliz encara el trote de subida, tres curvas y algunos pedruscos, la ruta hacia la carretera de entrada y salida del pueblo: en pendiente, con curvas peligrosas, transitada y no apta para la circulación con animales
A nuestro hijo lo recupero al lado del gallinero, en duermevela como un bicho bolita. Suplica por la cama y nos dispersamos como un clan resolutivo. En la Renoleta el enano y yo hacia la casa. El guardia municipal en camino de bajada hacia la escena del crimen. Mi cría se duerme y a mí las piernas no me dejan de temblar.
El orden de las comunicaciones: un hombre que vuelve en su auto del trabajo hacia su pueblo ve un burro trotando a su lado. Recuerda que por esa zona un colega tiene montado un pupilaje de caballos. Lo llama jocoso preguntándole si sabe que tiene un burro jugando al Need for Speed. El colega trabaja en una cooperativa agraria. Hila pensamientos y recuerda que esa misma tarde a la piba de las ovejas le había vendido 5kg de balanceado para equinos. Pero de ella no sabe el nombre y de su compañero no sabe el teléfono. Así que llama a un pastor que vive a 40km preguntándole si a su hermano no se le habrá escapado un burro evidenciando, más allá de la proximidad de las parcelas que ocupan, que las opciones de hacer una estupidez semejante como adoptar un burro sin instalaciones ni nociones de manejo mínimas se reducen a dos personas. Así que el hermano del colega del conocido llama a su padre y le pregunta si su hijo mayor es dueño de un burro fugitivo. El padre llama a su primogénito y constata la verdad. El hermano mayor llama a la piba de las ovejas y constata la verdad.
Mi hijo despierta, grita y me reclama. Llora y necesita de mi cuerpo dándole calor en la cama para calmar el sueño. Visualizo al burro en la ruta y todo se dibuja como el caos del primer origen. Choques frontales, una familia en ruta hacia el cumpleaños de la abuela que es eyectada hacia el vacío. Un motorista que intenta esquivar al burro cae y patina debajo de las ruedas de un camión. El guardia municipal desbordado y frustrado que buscará venganza. Un burro adoptado sin contrato, sin registro, seguramente sin identificación. Transportado en una furgoneta sin homologación para transporte animal, sin un conductor habilitado para el transporte animal, hacia un terreno sin permiso previo para la tenencia de burros o semejantes. Calculo que iremos presos, Bonnie y Clyde de la estupidez rural. Siento el calor de mi hijo y mis intestinos obstruyen y disparan mis nervios. ¿A quién tengo que avisarle que a mi hijo lo quiero con mi mamá?
El flaco acelera con la Dobló. EL burro trota, galopa, trota, se agita, se cansa, galopa y desacelera. Autos, buses y algún camión que suben o bajan y disfrutan de las vistas. Cierra la Dobló en una curva y bloquea el paso del burro cansado. Se viste de Hulk benévolo y diestro aprieta a la bestia de puertas para adentro. El guardia municipal llega con las luces titilando. Espía el asiento del conductor, echa una mirada de sospecha a lo western hacia el asiento del acompañante. Una bolsa de salvado, una botella de agua aplastada y dos envoltorios de Calipo hechos acordeón. El flaco aclara que es de un conocido, que no es suyo, que se escapó sin saber cómo, que ahora mismo llama a su conocido, que están todos bien, que muchas gracias y buenas tardes.
El burro pernocta en un garaje en desuso. Rabioso y hastiado, hace caer todo cuanto cuelga, se apoya y se sostiene. Botellas con aceite sucio, latas de esmalte reseco, botellones de vidrio y el tarot completo dibujado con clavos, tornillos y arandelas en el suelo. Se caga sobre las flores que se estaban secando, mea una bicicleta de colección. Aceites, ceras y todos los plásticos para armar una tarima. Una caja de escarbadientes aplastada. Ropa de trabajo revuelta y los comederos de las gallinas abollados después del último round.
Lo devolvemos junto con un billete de 50€ por la ilusión de sosiego perdida. El silencio de la abuela y la sonrisa afilada del abuelo.